Con los dos pies en Xixona
Bart Bus cuenta a ARAMULTIMÈDIA su historia de integración en la localidad de L’
Bart estudió Artes en Amberes, y, cosas de la vida, acabó, trabajo tras trabajo, ejerciendo como asistente social, ayudando a los jóvenes del pueblo de su mujer a vivir solos, enseñándoles cómo comprar comida, cocinar o limpiar la ropa. Natasha era teleoperadora del hospital de Hoon. Y, a pesar de estar en dos empresas totalmente diferentes e independientes, casualidades de la vida, fueron despedidos la misma semana. Allá por el 2005, "fue el momento en que nos planteamos nuestra vida", asegura Bart. "Con 35 años, no quería vivir lo mismo hasta que tuviese 85". "Le dije a mi mujer: tenemos una oportunidad... ¡no supliquemos por nuestros trabajos! ¡Probemos algo nuevo!".
Querían moverse de Holanda y de Bélgica. Cambiar de aires. Pensaron en América del Sur, África del Sur, o incluso Surinam. Pero el encanto de nuestras tierras fue lo que realmente les movió aquí. "Mi madre vivía en España desde hacía muchos años", comenta Bart. "Hemos pasado muchas vacaciones aquí, y siempre hemos tenido algo con España... así que, ¿por qué no España?". A lo que Natasha añadió: "¿Por qué no?".
Más que dicho y hecho, fue pensado y por hacer. No tenían ni idea de español ni de dónde asentarse. Lo único que tenían eran ganas de venir, y una casa por vender. Pensaron que tardarían seis meses en vender su casa en Holanda, pero tras un pequeño arreglo -Bart y su hermano pintaron la casa de blanco, cuando todas las demás eran negras... algo prohibido por la Ley-, ¡la vendieron en tres días!
Lo que tenían claro desde el principio es que no querían acabar viviendo en una casa muy cara ni con otros extranjeros en una urbanización. Querían -en especial, él- espacio donde vivir, caminar, y estar tranquilo. Casualidades de la vida -una más-, el último día antes de volver a Holanda encontraron a una alemana que les enseñó casas viejas en el casco antiguo de Xixona. En la quinta casa que visitaron, sus hijos entraron corriendo y gritando: "¡Aquí queremos vivir, papá! ¡Compra éste!". "Miré a mi mujer", recuerda Bart, "y le dije: podemos arreglar una casa así... y lo hicimos". "Compramos una casa enorme por un dinero con que, en Holanda, no compras ni una casa de perro".
Antes de volver a Hoorn, mientras esperaban la reforma de su hogar, fueron al Colegio Público Eloy Coloma, en La Plaça de Xixona, buscando dónde continuarían sus hijos la formación. Bart recuerda cómo fue el momento: "Fue una maravilla, porque mis hijos entraron en el colegio, y en seguida, unos niños vinieron a recibirlos, les preguntaron de dónde eran, cómo se llamaban... ¡y los invitaron a jugar a fútbol! Se sintieron muy queridos, muy bienvenidos". "Además, en la calle, siempre nos saludaban". "En Holanda no hablábamos de Xixona, sino del "Pueblo del Hola", del "Hola-Dorp".
Sus hijos fueron al colegio, y a pesar de no hablar castellano ni valenciano, en seguida tuvieron ayuda con la lengua. "Nos ayudó gratis Bernardo [Garrigós] en la Casa de Cultura", cuenta Bart. Y no sólo fue una ayuda lingüística. Bernardo les inculcó el amor por el pueblo, su tradición, la cultura y otros conocimientos necesarios, como, por ejemplo, la situación política del país, o la existencia de las Comunidades Autónomas. "No nos imaginábamos ni que existían", asegura Bart. "Tampoco sabíamos que en la Comunidad Valenciana se hablaba valenciano... ¡pensábamos que España era sólo de españoles!". Ahora mismo, toda la familia entiende y habla el castellano, y aunque entienden el valenciano a la perfección, les cuesta un poco hablarlo. "Nos sale muy duro... cuando hablamos con gente en valenciano, siempre nos cambian a castellano". Bart asegura, entre risas, tener miedo: "tengo miedo de saber si uso la palabra correcta... cada vez que me dicen '¿Qué?', me asusto". "Aunque", sentencia, "¡seguro que en un par de años podemos hablar valenciano!".
La vida en Xixona
"Cuando llegamos aquí", recuerda Bart, "teníamos que buscar trabajo. Y como no sabíamos qué hacer, Natasha comenzó un curso de turrón, del que ya tiene el título. Pero no le gustaba hacer la temporada, no se sentía a gusto. Yo comencé a ayudar ensamblando y soldando carrozas de los desfiles de los Moros Verds. Comencé a aprender a trabajar como soldador, pero me di cuenta de que no era lo mío."
Fue entonces cuando surgió la vena emprendedora. Encontraron vacío el local donde ahora tienen su tienda, El Séptimo Cielo. Bart comenta que le dijo a su mujer: "¿Cómo hay un local vacío en la calle mayor?" Investigaron un poco, y vieron que podían alquilarlo. El problema era que no sabían qué hacer, y tampoco abundaba el efectivo. Decidieron comenzar con una tienda de algo que no existiese en Xixona, para no molestar a ningún vecino. "Y así comenzamos con muebles de la India y decoraciones", dice. Aunque los verdaderos problemas vinieron más tarde. "Después de medio año, todo el mundo comenzó a hablar de crisis, y nosotros no teníamos nada de experiencia con la venta, y nos asustamos... venía que las ventas bajaban rápido, así que pensamos en vender también regalos." Tuvieron, además, la oportunidad de participar en la Fira de Nadal, y plantearon vender cosas de Navidad. Así, pudieron reflotar el negocio. Además, Natasha comenzó a trabajar como teleoperadora, desde casa, mediante Skype, para una empresa Holandesa. Todo volvía a estar perfecto.
Su integración iba a mejor. Pero Bart asegura que no es sólo debido a ellos. "Nosotros queríamos vivir aquí, y los jijonencos nos han acogido muy bien, te ayudan a sentirte como en casa". "Hemos encontrado pocos pueblos donde nos gustaría estar si no estuviésemos aquí. Jijona nos acogió." "Es muy especial", concluye Natasha.
"Muchos extranjeros tienen un pie aquí y otro allí. Entonces, van al Carreforur, en vez de al mercado. O buscan sus amigos en un grupo de extranjeros.", afirma Bart. "Yo quería hablar con mis vecinos, entender qué decían los profesores sobre mis hijos... Queríamos hacer nuestra vida aquí."