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El diario de Mireia: Día 98; El fin del principio

MIreia Martí Expósito, la cronista del COVID 19 d'ARAMULTIMÈDIA
  • Nuestras casas se han convertido en oficinas, aulas de colegio y Universidad, gimnasio, bar, karaoke, calle, montaña… básicamente en espacios multifuncionales que de un minuto a otro podían cambiar.
  • Doy gracias a las nuevas tecnologías que han hecho poder vernos las caritas digitalmente y recordarnos que, a pesar de estar distanciados, no estábamos solos

La nostra periodista en potència, Mireia Martí Expósito, acaba el seu diari després de quasi 100 dies de malson. Baix la seua mirada hem compartit uns mesos molt difícils que mai oblidarem. Mireia ha estat la nostra companyia de viatge... Hem aprés molt, l'enyorarem...

¿Hemos perdido tres meses de nuestras vidas? Puede que “Sí” sea la respuesta ganadora con mayoría absoluta, pero yo no lo tengo tan claro. El confinamiento nos ha aportado más de lo que creemos en cada uno de los ámbitos de nuestra vida que nos vengan a la cabeza.

Hace tres meses nuestra vida cambió de repente, y de un día a otro nos confinaron pensando nosotros, ingenuamente, que tan sólo serían dos semanas. El 12 de marzo no me hubiese imaginado que fuera a ser la última vez (hasta quién sabe cuando) que cogería el tren de vuelta hacia Alcoy, viese a mis amigas de la Universidad y pisara la Facultad de Ciencias Sociales y Humanas de la UJI. Desgraciadamente así fue. Ese mismo sábado se decretó el estado de alarma y empezó algo sin fecha de caducidad.

 

Todo lo que hasta entonces hacíamos fuera de casa lo hemos tenido que aprender a hacer dentro. Nuestras casas se han convertido en oficinas, aulas de colegio y Universidad, gimnasio, bar, karaoke, calle, montaña… básicamente en espacios multifuncionales que de un minuto a otro podían cambiar. Esto supuso un giro de 180º en nuestras vidas y yo, personalmente, donde más lo he notado ha sido en la convivencia. Hace dos años que no vivo con mi hermana de contínuo (ella estudia en Madrid y yo en Castellón) y volver a compartir cada una de las 24 horas del día  ha sido, en gran parte, agradable. Pero solo en gran parte tampoco nos emocionemos, en la otra parte la hubiese guillotinado y en una situación de normalidad me hubiese ido a respirar a la montaña, pero vaya, mi única montaña era el comedor, biblioteca en muchas ocasiones para Laura.

Convivencia

La convivencia ha servido a muchas familias para retomar cosas que ya no hacían: jugar a juegos de mesa, cocinar, jugar a la Wii… En definitiva, pasar ratos juntos y adaptarse a la nueva situación. En mi caso, la cerveza en la Plaça de Dins de los viernes la sustituí por una cerveza en mi casa y los sábados de fiesta por sábados de manta y peli. Todo ello con mi madre y mi hermana. Mientras, el distanciamiento con mis familiares y amigas si hacía notar cada vez más. Doy gracias a las nuevas tecnologías que han hecho poder vernos las caritas digitalmente y recordarnos que, a pesar de estar distanciados, no estábamos solos.

 

Algo que también se ha hecho notar en este confinamiento ha sido la recuperación de la relación vecinal tradicional. Los aplausos han unido el contacto que no teníamos y el aire entre balcones han sido el único espacio que ha separado nuestra unión. Durante tres meses hemos participado en el aplauso de las ocho, un aplauso que recibía directamente el eco de las calles e indirectamente su real destinatario: los sanitarios y los cuerpos de seguridad. Un día me dijo mi madre: “han dicho que a las ocho se tiene que salir a aplaudir a los balcones” y yo pensé: “sí venga, no me cuentes milongas”. Ñas coca Mireia, durante tres meses hemos salido a aplaudir y puedo asegurar que es uno de los recuerdos que guardaré con mayor aprecio del confinamiento: esa sensación de salir al balcón a las 19:55 y escuchar como poco a poco se suman las palmas de los vecinos, se escuchan de fondo las sirenas de las ambulancias y bomberos y nos despedimos con un “bona nit” de la vecina que no sabré nunca quién es.

Montaña rusa de emociones

Encerrados en casa hemos experimentado la mayor combinación de sentimientos y emociones posibles en un día: Hemos llorado (con o sin lágrimas), reído, enfadado, desesperado, alegrado, entristecido… y todo por culpa (o gracias) al coronavirus.

Asimismo hemos tenido tiempo para pensar, y mucho, sobre toda nuestra vida: Qué queremos de verdad, quién queremos tener a nuestro lado, si los problemas que tenemos son de verdad tan graves como los hacemos, si somos felices, si deberíamos de cambiar algo de nosotros, agradecer más, escuchar más, vivir mejor…. un sinfín de cuestiones que me han hecho sacar conclusiones que sin este tiempo de “soledad” no hubiese sido capaz de hacerlas.

 

Y todo ello mientras fuera ocurría algo parecido al fin del mundo. Algo que no he vivido en primera persona, pero que gracias a los medios de comunicación y las redes sociales he podido conocer. La función de la comunicación en esta pandemia ha sido fundamental, no obstante se ha dudado en muchas ocasiones de la transparencia de datos y del incumplimeinto del derecho que nos corresponden como ciudadanos: el derecho a la información. ¿Nos han dicho toda la verdad del virus? ¿Cuántas muertes ha habido? ¿Se ha hecho todo lo posible? ¿Se tomaron las medidas a la hora que debían?

Hemos recibido mucha información oficial y extraoficial, de diferente tendencia política, bulos por Whatsapp, pero ¿de quién nos fiamos? La información es buena, la sobreinformación peligrosa y hay tantas verdades como personas y tantas mentiras como verdades.

Esto me ha hecho reflexionar mucho sobre la carrera que estudio y puedo asegurar que soy muy feliz al pensar en la necesidad que tenemos de rodearnos de BUENOS PERIODISTAS en estas situaciones.

Redes Sociales

Por otra parte, en redes sociales la gente ha compartido todo lo que hacía: Dibujos, deporte, series, películas, postres, comidas, etc y todo ello de una forma perfecta, porque no hay que olvidar que “el postureo es lo primordial”. Todo lo publicado tenía que ser perfecto aunque fuese más que evidente que lo positivo no reinaba, pero claro, publicar cosas negativas puede considerarse un delito social con consecuencias dolorosas. Es cierto que la gente se ha volcado en la crisis sanitaria y ha compartido sus condolencias, pero por lo demás, no nos hemos atrevido (los jóvenes en concreto) a compartir nuestros pensamientos y sensaciones negativas. Se ve que es algo que entra en las condiciones de contrato de usuario de Instagram.

Dejando a parte los usuarios privados, los memes y las cuentas creadas a propósito del COVID-19 han supuesto un mínimo despejo para nosotros y, al menos yo, no olvidaré algunos de ellos como el vídeo de los chicos de color con un ataúd, el usuario del coronavirus con tuits como “nunca dejéis de ser positivos” o los memes del pelo de  Fernando Simón y su almendra.

Silencio

Durante un trimestre el exterior ha quedado abandonado. Por primera vez desde hace mucho tiempo la cola de Doña Manolita era inexistente, la Estatua de la Libertad pedía a gritos silenciados turistas, los Campos Elíseos parisinos lloraban al no ver picnics en sus jardines, las góndolas de Venecia descansaban en los amarres y el Coliseo soñaba con turistas poniéndose en la piel de los gladiadores.

El mundo se quedó paralizado y la naturaleza lo notó: los delfines volvieron a las costas, los parques naturales dejaron de respirar aire contaminado y vimos  jabalíes bajar a zonas urbanas. Todo ello por estar el hombre confinado. Qué falta le hacía a la naturaleza un respiro y qué  triste que haya sido la misma naturaleza quién lo haya tenido que provocar creando el COVID-19 (a no ser que haya sido procreado por el humano).

Muchas son las teorías del origen del coronavirus las que hemos estado escuchando desde el inicio de la pandemia. Hay quienes decían que venía de un murciélago, otros que lo habían originado los chinos para ser potencia mundial y ahora el salmón europeo parece ser el tercer acusado. Sea cual haya sido el origen se ha cubierto de gloria. Solo espero que antes o después se descubra para poder incriminar o justificar el “maldito virus, todo por culpa de X”, porque juzgar sin conocer nunca ha sido ni será lo correcto y, a día de hoy la discriminación racial generalizada hacia los asiáticos está subiendo como la espuma.

 

Lo que hemos vivido ha quedado en un pasado cercano y yo ya veo el confinamiento como algo muy lejano, como si hubiese sido hace medio año, pero no. Hace nada estábamos confinados, en estado de alarma por una causa sanitaria: una pandemia extraordinaria e imprevisible que va a dejar consecuencias a todos los niveles.

A nivel económico millones de empresas están en ERTE, los bancos de alimentos necesitan suministros para abastecer a aquellos que no reciben ingresos por ninguna parte, los sectores más vulnerables no tienen recursos y lo peor de todo, miles de familias han perdido a sus seres queridos.

Muertes

Contar las muertes que ha provocado el coronavirus resulta escalofriante. A día de hoy han muerto 28.315 personas en España, en EE.UU se ha superado la cifra de muertes de la Primera Guerra Mundial y en total han fallecido más de 458.000 personas en todo el mundo. Miles de vidas perdidas que se dicen pronto pero cuestan de interiorizar. Las imágenes que hemos podido ver han sido impactantes: UCIs llenas, el hospital de campaña de IFEMA, el Palacio de Hielo convertido en morgue, garajes llenos de ataúdes, fosas comunes cavadas, miles de contagios, miles de muertes y lo que dicen que está por venir. Si pensamos que esto ha acabado nos equivocamos. No debemos bajar la guardia ni olvidar lo ocurrido.

Imprescindibles

De un día a otro las profesiones menos reconocidas se han convertido en las más homenajeadas: sanitarios, cuerpos de seguridad, bomberos, cajeros, barrenderos…. dando por fin a entender que todo el mundo tiene un papel imprescindible en la sociedad.

Todos ellos han estado en primera línea con riesgo al contagio, muchos de ellos han sido contagiados y otros ya no pueden contarlo. Han trabajado para ayudar y el virus les ha quitado lo esencial, la vida.

Mientras, el resto de ciudadanos ha demostrado su verdadera Humanidad con pequeños actos. En esta cuarentena me he dado cuenta del nivel de empatía de muchas personas. En la vida me hubiese imaginado que ciertos conocidos míos se saltasen las normas en tan solo la primera fase o que viviesen como desconocedoras del virus. No sé realmente por qué, porque a mí se me erizaba la piel cada vez que veía las noticias y era impensable para mí incumplir mínimamente cualquier norma. Un poco de empatía en vena les hubiese venido bien como remedio a su egocentrismo, pero si son así lo serán para siempre y no habrá remedio que cure esa enfermedad.

 

Los enfados de Mireia

Ante estas actuaciones he estado muchas veces molesta y enfadada conmigo misma y me preguntaba ¿Por qué si esta persona está yendo a la montaña con su amiga no puedo irme yo con mi hermana? Luego recapacitaba y me sentía satisfecha y con mente tranquila por hacer lo que se debía, pero pensar que por culpa de ciertos inconscientes se podría desperdiciar el esfuerzo de todos me seguía molestando.

A pesar de estas actuaciones, el resto del mundo ha sacado su parte más creativa, humanitaria y solidaria. Hemos cumplido retos virales, cientos de artistas han hecho conciertos y sacado canciones dedicadas a las víctimas, “Resistiré” y “Vivir” se han convertido en el himno de la pandemia, los balcones se han llenado de arcoiris con el lema “Todo va a salir bien”  y con pequeños detalles nos hemos animado unos a los otros mientras las desgracias a nivel mundial aumentaban.

 

Si se pudiese medir desde un satélite las desgracias del mundo, el globo terráqueo sería una bola de fuego ardiente y ya no solo por el coronavirus. Las manifestaciones (con aglomeraciones de gente sin protección) por el asesinato de George Floyd por un policía de Minneapolis se han escampado.. Los movimientos antirracistas se están haciendo presentes en todo el mundo y lo conocido ya como “estatuafobia” (rechazo a las estatuas  consideradas racistas) está creando una oleada de destrucción de figuras como las de Colón o Churchill. En latinoamérica los medios de sanidad son precarios y las muertes por el COVID-19 imparables. En África las guerras continúan, en Pekín se ha vuelto a confinar a la población y en Europa se están estudiando los planes del turismo para la temporada de verano 2019-2020.

El mundo y el calendario maya poco a poco se van paralelizando. El 21 de junio llega, supuestamente, el fin del mundo. Dudo que vaya a explotar o que de repente estemos todos contagiados por el COVID-19, 20 o 21, pero ciertos toques ya nos ha dado la Tierra para que después de esta pandemia continuemos en nuestra línea egocéntrica en tema medioambiental y de superioridad fracasada en el ámbito… humano, sin más.

Futuro incierto

Ahora nos enfrentamos a un futuro incierto y, además de las preocupaciones básicas que son la Salud y la Economía, lo que más me preocupa es la universidad. No sé si volveré en septiembre o en enero, pero en una carrera donde la experiencia en platós, cabinas de radio y redacción es lo que más cuenta, cursar el año telemáticamente puede ser como leer información de okdiario, absurdo.

No obstante y, sin irnos más lejos, tengo muchas incertidumbres acumuladas:no sé como será mi verano, no sé si volveremos a estar confinados, no sé si me contagiaré…. Voces callejeras plantean muchos supuestos a estas incertidumbres, pero si no podemos fiarnos de los medios de comunicación ni de las élites políticas ¿cómo vamos a poder hacerlo de voces de la calle? Nadie sabe qué va a pasar dentro de un día, una semana, un mes ni un año. Lo que está más que claro es que falta mucho, sin saber cuánto es mucho, para volver a la normalidad de antes, que cuando vuelva será la nueva. Hasta entonces debemos acostumbrarnos a una nueva vida y a dos complementos básicos: la mascarilla y el alcohol (desinfectante).

 

Dejamos atrás unos meses que han pasado volando y vemos desde lejos. Unos meses sin fiestas, sin contacto, sin clases, sin deporte, sin aire puro, pero vamos a por el resto de decenas y decenas de meses que nos quedan por vivir con todas las ganas del mundo.

Ahora aprecio mucho más todo lo que tenía y no sabía que tanta falta me hacía: una partida de Rumikub con mi abuelita, una excursión con mi padre, un viaje en el tren de vuelta a casa, un rato con mis amigas, una paella de domingo… qué bien vivía y qué lástima que haya tenido que llegar una pandemia para que me diese cuenta.

 

Y Alejandro Sanz

A partir de ahora las excusas serán las peores mentiras de las cuales no quiero autoconvencerme, pues la llegada de otro confinamiento puede llenarme de arrepentimiento por  haberlas inventado. Como dice la letra de El trato de Alejandro Sanz: “no podemos llegar la final de la vida en un estado perfecto, tenemos que llegar al final de nuestros días derrapando y medio muertos. Sucios, cansados, gastados, heridos, doloridos, sonriendo”.

Vuelve el fútbol, los espectáculos, los bares, las discotecas, los museos, el turismo, todo vuelve con aforos limitados y con una extraña sensación de miedo. Llega la nueva normalidad a la que tenemos que acostumbrarnos porque parece ser que quiere quedarse entre nosotros durante bastante tiempo.

 

Es hora de vivir, vivir y vivir experiencias para poder recordarlas en momentos en los que solo podamos vivir de recuerdos y yo, por mi parte, no quiero que escaseen en absoluto.